En el corazón de un pueblo lleno de color y alegría, vivía un niño llamado Leo, quien tenía una curiosidad inmensa por aprender a leer. Sus padres solían contarle historias fascinantes antes de dormir y le enseñaban las letras del abecedario, pero aún no lograba unir las letras para formar palabras y descubrir sus significados.
Un día en la escuela, su maestra, la señorita Palabras, les enseñó a los niños cómo combinar las letras para crear palabras. Leo, emocionado, prestó mucha atención y comenzó a sumergirse en el mágico mundo de la lectura.
Al regresar a casa, Leo empezó a leer las etiquetas de los productos, los carteles en las calles y hasta los libros que sus padres solían leerle en voz alta. Estaba asombrado de poder entender lo que decían las cosas por sí mismo.
Sus padres, al ver la felicidad de Leo y cómo disfrutaba de leer, se sintieron inmensamente orgullosos de su hijo. Comprendieron que la lectura le abriría un sinfín de oportunidades y conocimientos.
Desde ese día, Leo exploró el increíble mundo de la lectura con una sonrisa en su rostro, mientras sus padres lo apoyaban y compartían su alegría. Juntos, celebraron el descubrimiento de ese maravilloso tesoro que Leo había encontrado en las palabras y las historias que ahora podía leer y disfrutar.