Mateo llegaba de la escuela cada día con una gran sonrisa, porque sabía que Max, su perro, lo esperaba feliz moviendo la cola. Como siempre, Mateo dejó su mochila, se agachó y abrazó a Max, quien daba saltos de alegría.
De repente, Max levantó las orejas y salió corriendo. Mateo lo siguió mientras Max perseguía a una ardilla que saltaba de rama en rama. La ardilla desapareció entre unos arbustos, pero Max encontró algo más: ¡un agujero en el suelo!
Mateo miró dentro del agujero y no podía creer lo que veía. Allí, escondida, había una pequeña nave espacial plateada con luces parpadeantes. Junto a la nave, un diminuto extraterrestre verde con grandes ojos sonrió y saludó.
—¡Hola, amigos! Soy Zipo, y vengo de Marte. Mi nave se descompuso y caí aquí. ¿Podrían ayudarme?
Mateo, emocionado, decidió ayudar. Recogió algunas herramientas del cobertizo de su papá, y con la ayuda de Max, apretaron tornillos y ajustaron las luces de la nave.
—¡Gracias, amigos! —dijo Zipo—. Sin ustedes no habría podido regresar a casa.
Antes de subir a su nave, Zipo les dio un regalito: una pequeña roca brillante de Marte.
—Cada vez que la vean, recuerden que la amistad puede venir de cualquier lugar del universo.
Zipo subió a su nave y despegó suavemente hacia las estrellas. Mateo y Max se quedaron mirando el cielo, mientras la roca marciana brillaba con hermosos colores bajo la luz del sol.