Un bondadoso anciano llamado Don Julio, que pasaba la mayor parte de sus días trabajando en su hermoso jardín. Amaba tanto a las flores y los árboles como a los pequeños animales que visitaban su espacio verde.
Un día, mientras regaba sus amados girasoles, un loro colorido y parlante se posó en un arbusto cercano. ¡Qué sorpresa! El loro parecía amigable, así que el anciano le ofreció un poco de su merienda, un trocito de fruta. El loro pareció disfrutarlo, y desde aquel día, volvía al jardín de Don Julio todos los días.
Cada día, Don Julio esperaba a su nuevo amigo. Compartía su comida con él, lo acariciaba suavemente y le construía pequeñas cosas para jugar, como una hamaca de hojas y un columpio de ramas. El loro se volvió parte de la familia.
Pero a medida que pasaba el tiempo, Don Julio notó que el loro parecía cada vez más cansado. Ya no volaba tanto como antes y sus ojos ya no brillaban como solían hacerlo. El anciano estaba preocupado, pero no sabía cómo ayudar a su amigo emplumado.
Un triste día, el loro ya no vino al jardín. Don Julio lo buscó, pero no pudo encontrar a su amigo en ninguna parte. Pasaron los días, y aún sin señales del loro. Don Julio se sintió muy triste, su jardín parecía menos colorido sin su amigo.
El tiempo pasó y Don Julio continuó cuidando de su jardín, aunque todavía echaba de menos a su amigo. Pero un día, mientras recogía las manzanas del árbol, escuchó un sonido familiar. Miró hacia arriba y ahí estaba, un loro muy parecido al suyo.
Este loro era un poco más pequeño, pero sus colores eran igual de brillantes, y su canto igual de alegre. Don Julio sonrió. De alguna forma, sabía que este era el hijo de su antiguo amigo.
Entonces, Don Julio comenzó de nuevo. Compartió su almuerzo, acarició al nuevo loro, y comenzó a construir pequeños juguetes para él. Y aunque todavía extrañaba a su primer amigo, Don Julio se sintió feliz de poder cuidar de su hijo.
Este cuento nos recuerda que aunque a veces podemos perder a quienes amamos, siempre hay una oportunidad para hacer nuevos amigos y encontrar la alegría de nuevo. Así, Don Julio y el pequeño loro continuaron la tradición en el jardín, llenándolo de colores, risas y sobre todo, de amor.