En un pequeño y acogedor pueblo vivía un ratoncito llamado Pelusín. A Pelusín le encantaba correr y saltar por toda la casa, aunque su mamá, la señora Ratona, le había dicho muchas veces que no jugara en la sala porque podría romper algo.
Un día, después de un largo día de trabajo, la señora Ratona se sentó en su sillón favorito para descansar un rato. Pelusín, lleno de energía, decidió que sería divertido hacer carreras alrededor de la sala. Aunque sabía que no debía hacerlo, pensó que no pasaría nada.
Pelusín corría y saltaba, cuando de repente, ¡zas! Sin querer, chocó contra la mesa y el jarrón especial de su mamá cayó al suelo, rompiéndose en mil pedacitos. Pelusín se asustó mucho, y sus orejitas se bajaron de inmediato.
En ese momento, Pelusín recordó lo que su mamá siempre le decía: “El jarrón es muy especial para mí”. Se sintió muy mal por haber desobedecido. Quiso arreglarlo solo, pero pronto se dio cuenta de que los pedazos eran muy peligrosos para un ratoncito pequeño como él.
Con el corazón lleno de pena, Pelusín fue donde su mamá y, con ojos tristes, le dijo:
—Mamá, rompí tu jarrón especial. Quise arreglarlo, pero no pude.
La señora Ratona, aunque sorprendida, abrazó a Pelusín con ternura.
—Pelusín, sé que no fue tu intención, pero te pedí que no jugaras en la sala para evitar que algo así sucediera. Lo importante es que estás bien y has aprendido una lección.
Pelusín asintió, prometiendo ser más cuidadoso y escuchar a su mamá en el futuro. Y desde aquel día, decidió jugar solo en lugares seguros, y su relación con su mamá se volvió más cercana y llena de confianza.