Era una noche muy oscura, y la luna brillaba grande y redonda en el cielo mientras María jugaba en su jardín. Cerca de los arbustos, vio algo negro que sobresalía entre las hojas. Era un sombrero puntiagudo, ¡como los que usan las brujas tenebrosas en los cuentos y películas de miedo!
María se asustó un poquito. Justo cuando iba a correr hacia su casa, escuchó una voz que decía: “¡Oh, no! ¿Dónde está mi sombrero? ¡Mi mamá me regañará si lo pierdo!”
Era una pequeña bruja, que volaba en su escoba. María se escondió rápidamente detrás de un arbusto, dejando caer el sombrero al suelo. La brujita vio su sombrero y voló hacia él. “¡Sé que hay alguien ahí, puedo verte!”
Cuando María pensaba que algo malo iba a pasar, la brujita gritó: “¡Muchas gracias por encontrar mi sombrero! Lo busqué por todos lados, pero no lo encontraba…”
La brujita tenía una sonrisa tan linda que María dejó de tener miedo. “¿Sabes?”, dijo la brujita, “nosotras las brujas tenemos un trabajo muy importante: ¡cuidamos a todos los niños mientras duermen!”
María se sorprendió mucho. “¿De verdad?”, preguntó.
“¡Claro que sí!”, respondió la brujita. “Mi sombrero mágico me guía hacia los niños que necesitan ayuda o tienen pesadillas.”
Esa noche, María hizo una nueva amiga y se dio cuenta de que hay que darse tiempo para conocer a las personas antes de juzgarlas. La brujita y ella jugaron en el jardín, riendo y contando historias divertidas bajo la luz de la luna. Y gracias a que María encontró el sombrero mágico, muchos niños pudieron dormir tranquilos esa noche, sin pesadillas y con dulces sueños.
