Un árbol grande y verde brillaba en la casa de Tati. Tenía luces de colores: roja, amarilla, azul.
—¡Mira, mira! —dijo mamá señalando el árbol.
Debajo del árbol había una casita pequeña. Era la casa de los duendes de Navidad.
Los duendes eran chiquititos. Uno se llamaba Pipo y tenía un gorro rojo. El otro se llamaba Pupa y tenía un gorro verde.
Cada noche, cuando todos dormían, los duendes salían de su casita.
—¡Es hora de trabajar! —decía Pipo.
Los duendes colgaban estrellitas en el árbol. Ponían regalitos envueltos con papel brillante. Dejaban galletitas en la mesa.
Una mañana, Tati despertó. Vio una galletita junto a su cama.
—¿Quién dejó esto? —preguntó.
Mamá sonrió y dijo:
—Los duendes de Navidad. Vienen cuando eres buena y compartes tus juguetes.
La niña miró el árbol. Vio la casita de los duendes. Dejó una galletita para ellos también.
Esa noche, Pipo y Pupa encontraron la galletita.
—¡Qué rica! —dijeron los duendes contentos.
Esa noche colgaron más estrellitas en el árbol. El árbol brillaba mucho, mucho.
En la mañana siguiente, Tati aplaudió feliz viendo las luces brillar.


