La princesa Jacqueline siempre decía que sí. Sí a todo y a todos.
—¿Me prestas tu corona? —preguntaba su prima.
—Sí —decía Jacqueline, aunque era su favorita.
—¿Me das tu turno en el columpio? —pedía su amiga.
—Sí —respondía Jacqueline, aunque había esperado mucho.
Un día, Jacqueline se sentía cansada. Muy, muy cansada. No quería compartir su muñeca nueva. Era especial para ella.
Pero cuando una amiga de la escuela se la pidió, Jacqueline dijo:
—Sí.
La reina, su mamá, la vio triste.
—¿Qué pasa, mi amor? —preguntó.
—Siempre digo que sí, pero a veces quiero decir que no —susurró Jacqueline.
—Entonces puedes decir que no —dijo mamá—. Está bien cuidar tus cosas y tus turnos.
—¿No me hace mala? —preguntó Jacqueline.
—No. Te hace valiente —respondió mamá.
Al día siguiente, su prima pidió su corona otra vez.
Jacqueline respiró hondo.
—No, hoy quiero usarla yo —dijo con voz clara.
Su primo asintió y fue a jugar con otra cosa.
Jacqueline sonrió. Se sintió bien. Fuerte. Feliz.
Mamá le guiñó un ojo desde lejos mientras Jacqueline bailaba con su corona puesta, brillando bajo el sol.


