La princesa Celeste y el viajero de las Nubes

Edad
Cuento para 4 años y más
Tiempo de lectura
3 minutos
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MUSICA DE FONDO CALMADA #1

Mateo apretaba los controles de su cohete rojo mientras atravesaba una lluvia de estrellas fugaces. Tenía 7 años y acababa de despegar de la Tierra con una duda enorme: ¿por qué su tío nunca sonreía? ¿Por qué la señora de la tienda siempre parecía cansada? Él quería ser diferente cuando fuera grande.

Su cohete empezó a dar vueltas sin control. Las alarmas sonaron y Mateo cerró los ojos fuerte. Cuando los abrió, había aterrizado sobre algo suave y esponjoso. Bajó del cohete y sus pies se hundieron en una nube rosa que olía a fresas. A su alrededor había nubes de todos los colores: moradas, naranjas, azules.

—¡Bienvenido a mi planeta! —dijo una voz dulce.

De una nube bajó flotando una niña con un vestido que parecía hecho de cielo estrellado.

—Soy Celeste, la princesa de las nubes. ¿Necesitas ayuda?

Mateo le contó sobre su pregunta, y la princesa le respondio —Yo conozco algunos trucos para ser feliz. Ven, te los voy a enseñar.

Caminaron sobre las nubes hasta llegar a un puente hecho de arcoíris que brillaba bajo el sol. Allí, un anciano con barba blanca y larga ayudaba a un niño pequeño a cruzar, sosteniéndolo de la mano con cuidado. El niño tenía miedo de caerse, pero el anciano le hablaba suave y lo hacía reír. Cuando llegaron al otro lado, el niño le dio un abrazo.

—Ese es el señor Olmo —dijo Celeste—. Siempre ayuda a los más pequeños. Ser amable hace que todos se sientan bien, incluso tú.

Mateo recordó cuando ayudó a su abuela a cargar las bolsas del mercado. Ella le había dado un beso en la frente y él se sintió importante.

Celeste lo tomó de la mano y volaron juntos sobre las nubes hasta una casa flotante con ventanas redondas. Mateo se asomó y vio a una familia preparando galletas. El papá mezclaba la masa, la mamá agregaba chispas de chocolate y dos niños decoraban las galletas con caritas felices. Todos tenían harina en la nariz y no paraban de reír.

—Ellos pasan tiempo juntos haciendo cosas divertidas —explicó Celeste—. No solo ven televisión o hacen tareas. Juegan, cocinan, cantan. Eso los hace muy felices.

Mateo pensó en su mamá. Ella siempre estaba limpiando la casa y casi nunca jugaban juntos.

—Voy a pedirle que hagamos algo divertido cuando regrese —decidió Mateo.

Siguieron caminando hasta un campo enorme lleno de flores de todos los tamaños. Algunas eran tan altas como árboles, otras eran pequeñitas como botones. Unas tenían muchos pétalos y otras solo tres. Pero todas brillaban hermosas bajo el sol.

—Ninguna flor se pone triste porque otra es más grande —dijo Celeste—. Cada una crece a su manera y todas son especiales.

Mateo bajó la cabeza. A veces se sentía mal porque su amigo Tomás corría más rápido que él en el recreo.

—Entonces no debo compararme con otros niños —dijo Mateo despacio.

—Exacto. Tú tienes tus propios talentos —respondió Celeste tocándole el hombro.

Finalmente, llegaron a un rincón oscuro del planeta donde las nubes eran grises y pesadas. Allí, un ser con cuernos pequeños y cara arrugada empujaba a otros seres que pasaban cerca. Gritaba cosas feas y pateaba piedras. Todos se alejaban de él rápido.

—Ese es Rudo —susurró Celeste—. Siempre está enojado y hace que los demás también se sientan mal. Por eso es mejor alejarse de personas que causan muchos problemas.

Mateo pensó en un niño de su clase que siempre se burlaba de los demás. Después de estar con él, Mateo siempre se sentía triste.

—Ya entiendo —dijo Mateo—. Debo estar con personas que me hacen sentir bien.

Celeste sacó de su bolsillo un cristal pequeño que brillaba como una estrella y se lo dio a Mateo.

—Este cristal te recordará todo lo que aprendiste hoy.

Mateo subió a su cohete rojo, guardó el cristal en su bolsillo y despegó. Celeste lo despedía desde abajo, saltando en una nube morada. Las estrellas volvieron a brillar a su alrededor como luces de colores. Cuando aterrizó en su casa, buscó a su mamá en la cocina.

—¿Hacemos galletas juntos? —preguntó con los ojos brillantes.

Su mamá dejó el trapeador, se limpió las manos en el delantal y sonrió grande.

—¡Me encantaría!

Esa tarde, Mateo y su mamá cocinaron, se mancharon de harina y rieron tanto que les dolió la panza. Mateo guardó el cristal en su mesita de noche junto a su lámpara. Cada noche lo miraba antes de dormir y recordaba los trucos de Celeste: ser amable, jugar con su familia, no compararse y alejarse de los problemas. Ahora sabía cómo ser un adulto feliz, y lo mejor de todo, podía empezar a practicarlo desde ese mismo día.

Preguntas para mejorar la comprensión y reflexión del cuento

  • ¿Por qué Mateo decidió viajar en su cohete al inicio del cuento?
  • ¿Quién era Celeste?
  • ¿Cómo era el planeta donde aterrizó Mateo y qué olor tenían las nubes?
  • ¿Qué recordó Mateo sobre su propia mamá cuando vio a la familia haciendo galletas?
  • ¿Qué objeto le entregó Celeste a Mateo y para qué servía?

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