Nubi era una pequeña nube esponjosa que flotaba sobre el Valle Arcoíris. Desde allí arriba, veía cómo los niños jugaban, los pájaros cantaban y las flores danzaban bajo los cálidos rayos del sol.
“¡Qué felices están todos cuando brilla el sol!”, pensaba mientras se deslizaba por el cielo azul.
Dentro de su suave cuerpo blanco, Nubi sentía cosquillas. Eran sus gotitas de lluvia que querían salir a jugar. Pero cada vez que esto ocurría, Nubi se encogía y apretaba muy fuerte.
“No, no, no,” susurraba. “Si dejo caer mis gotas, todos se mojarán y correrán a esconderse. Nadie quiere que llueva cuando están jugando.”
Día tras día, Nubi se llenaba más y más de gotitas. Se volvió gris y pesada, pero seguía conteniéndose.
Abajo en el valle, las cosas comenzaron a cambiar. Las flores inclinaban sus cabecitas, las hojas de los árboles se volvían marrones, y el arroyo que atravesaba el pueblo se hizo tan pequeño que los peces apenas podían nadar.
Luna, una mariposa de alas brillantes, notó a Nubi en el cielo.
“¿Por qué estás tan gris?”, preguntó Luna, volando hasta ella.
“Estoy guardando mis gotas de lluvia,” explicó Nubi. “No quiero arruinar los días soleados.”
“Pero mira allá abajo,” dijo señalando con sus antenas. “Todos necesitan tu lluvia.”
Miró hacia el valle y vio las flores marchitas y el arroyo casi vacío. Una pequeña lágrima escapó sin querer de su cuerpo nuboso y cayó sobre una flor sedienta. Inmediatamente, la flor se enderezó y sus colores brillaron más intensos.
“¿Ves?”, dijo Luna. “Tus gotas no molestan, dan vida.”
Algo cambió dentro de Nubi. Dejó que algunas gotas más cayeran, suavemente al principio, luego con más confianza. Las flores se alzaron, los árboles brillaron con un verde nuevo, y el arroyo comenzó a cantar otra vez.
Los niños del valle no corrieron a esconderse. En lugar de eso, sacaron sus botas y saltaron en los charcos recién formados, riendo y girando bajo las gotas frescas.
Nubi se sentía cada vez más ligera y feliz, viendo la alegría que traían sus gotas. Luna voló círculos a su alrededor.
“Cada cosa en la naturaleza tiene un propósito,” dijo la mariposa. “El tuyo es maravilloso.”
Después de la lluvia, Nubi ya no era gris, sino blanca y esponjosa nuevamente. Flotó orgullosa sobre el valle reverdecido, lista para viajar y compartir sus gotas donde fueran necesarias.


