El taller de Papa Noel estaba lleno de risas y campanillas. Lumina y Pip, dos elfos aprendices, pulían la última estrella de un carrusel mágico. De repente, ¡un GRRRRRAAAANNN ruido surgió! La máquina de armar juguetes, justo la más nueva y brillante, ¡estaba temblando! En lugar de patines, salían cachorros de peluche que guau guau hacían. Las muñecas cantoras, en vez de "Feliz Navidad", entonaban "Navidad feliz". Y los rompecabezas... ¡Se armaban solos con una velocidad asombrosa!
—¡Oh no, Papá Noel vendrá pronto! —exclamó Lumina, sus orejas puntiagudas caídas.
Pip, el más pequeño y curioso de todos los elfos, miró la máquina. Su engranaje giraba más rápido de lo normal. Era como un ratón juguetón, dando vueltas sin parar.
—Quizás solo necesita que bailemos un poco —dijo con una sonrisa.
Los otros dos elfos se miraron, extrañados. Pero Pip empezó a dar saltitos alegres. Lumina, contagiada por su entusiasmo, se unió al baile. ¡Daban vueltas, se agachaban y saltaban! La máquina, al verlos, pareció relajarse. Sus ruidos se volvieron más suaves y, de pronto, los juguetes empezaron a salir correctos: patines que rodaban, muñecas que cantaban bien y rompecabezas que esperaban a ser armados. El GRRRRRAAAANNN ruido se había convertido en un murmullo dulce. Al final, los dos elfos, jadeando, pero sonriendo, se dieron cuenta de que, a veces, solo un poco de alegría y movimiento son suficientes para arreglar hasta el lío más grande.