La llama Luma caminaba tranquila por la montaña. Entre las piedras crecían flores amarillas, y ella recogía un pequeño ramo para su mamá.
De pronto, detrás de un arbusto, escuchó un “¡Hola!” muy tímido.

Luma levantó la cabeza y vio a Pepe, un zorro pequeño con orejas puntiagudas y ojos brillantes.
—Hola, Pepe —saludó ella—. ¿Qué haces aquí tan escondido?
El zorrito dio un pasito adelante y dijo con voz bajita:
—Quiero aprender las vocales… pero siempre se me confunden, y me parecen un misterio.
Luma inclinó la cabeza y sonrió con dulzura.
—¡Eso es fácil, Pepe! —dijo entusiasmada—. Ven, sentémonos en la hierba y lo haremos divertido.
Los dos se acomodaron en el pasto, rodeados de flores que se mecían con el viento. Luma levantó una de las flores y comenzó el juego:
—Mira, A de árbol, ese grande donde juegas a esconderte.
—E de estrella, brillante en el cielo cuando cae la noche.
—I de iglú, como los de los cuentos de hielo que tanto te gustan.
—O de oso, tu peluche suave y gordito.
—U de uvas, ¡tan dulces y redondas!
Pepe abrió mucho los ojos y comenzó a repetir en voz alta:
—¡A-E-I-O-U!

Dio unos saltitos de alegría, aplaudiendo con sus patitas.
—¡Ahora sí lo entiendo! ¡Qué divertido, Luma!
El viento sopló más fuerte, llevando las palabras por la pradera. Las flores se agitaron como si también aplaudieran.
Entonces Pepe corrió feliz, brincó sobre un tronco y gritó su favorita:
—¡Uuuuu, de uvas!
Luma rió con fuerza, y el eco de la montaña respondió como un canto mágico:
—¡A… E… I… O… U…!