Era un día hermoso en el parque. Lucía jugaba en el parque cerca de su casa. Entre los árboles, encontró unas hermosas flores. Había rojas como manzanas, amarillas como el sol y moradas como las uvas.
“¡Qué bonitas!”, exclamó Lucía. Sin pensarlo mucho, cortó varias flores para hacer un ramo. Quería llevarlas a su casa para ponerlas en su mesita.
Cuando su mamá la vio con las flores, se acercó y se sentó junto a ella en un banco.
“Lucía, mi amor”, le dijo con cariño, “entiendo que te gusten mucho estas flores. Pero cuando las cortamos del parque, otros niños y niñas no podrán verlas crecer. También las abejitas necesitan estas flores para hacer miel, y las mariposas para descansar”.
Lucía miró las flores en sus manos y se puso un poco triste. No había pensado en eso.
“¿Sabes qué podemos hacer?”, dijo su mamá con una sonrisa. “Podemos sembrar muchas flores nuevas. Pondremos algunas cerca de los columpios, otras junto a los bancos, y también al lado de los árboles”.
Lucía dio saltitos de alegría. “¿Podemos sembrar en todos esos lugares?”, preguntó emocionada.
Su mamá compró semillas de diferentes flores. Le enseñó a Lucía cómo hacer hoyitos en la tierra, poner las semillas y taparlas con cuidado. Sembraron un poco en cada rincón del parque.
“Ahora vendremos todos los días a darles agua”, dijo mamá. “Y cuando crezcan, todo el parque estará lleno de flores de colores”.
Desde ese día, Lucía y su mamá cuidan todas las flores que sembraron. Lucía está feliz porque hay flores bonitas en cada rincón del parque para que todos puedan verlas.
				
															
															
															

