En un pequeño pueblo junto a un lago, vivía un pescador llamado Tomás. Cada mañana, Tomás lanzaba su caña al agua desde la orilla y esperaba pacientemente a que los peces picaran. Pero últimamente, los peces parecían estar más escurridizos que nunca, y Tomás pasaba horas y horas sin atrapar ni uno solo. Un día, sentado en la orilla, con el ceño fruncido y la mirada fija en el agua, Tomás suspiró tan fuerte que su bostezo resonó por todo el lago.
De repente, un zorro de pelaje brillante apareció entre los arbustos de la orilla y le habló:
—¡Hola, pescador! ¿Por qué estás tan aburrido?
Tomás, sorprendido de que un zorro le hablara, respondió:
—Es que llevo mucho tiempo aquí y no he atrapado ni un solo pez. Ya no sé qué hacer para que este día sea más interesante.
El zorro sonrió con astucia y dijo:
—Conozco un lugar donde los peces saltan al agua como si estuvieran jugando. Si vas allí, te aseguro que atraparás un pez en menos de un minuto.
Tomás, entusiasmado, siguió las instrucciones del zorro y fue al lugar indicado. Efectivamente, apenas lanzó su caña, un gran pez picó de inmediato. ¡Tomás no podía creerlo! Durante los siguientes días, volvió al mismo lugar, y cada vez que lanzaba la caña, un pez picaba casi al instante.
Pero, con el paso de los días, Tomás comenzó a notar que algo había cambiado. Aunque atrapaba muchos peces y lo hacía rápido, cada día se sentía más aburrido y menos satisfecho.
Al caer la tarde, el zorro volvió a aparecer, esta vez más serio.
—Pescador, ¿por qué sigues con esa cara de aburrimiento si has atrapado tantos peces últimamente?
Tomás miró al zorro y, después de pensarlo un momento, respondió:
—¿Sabes? Antes, cuando la pesca era más lenta, tenía tiempo para pensar en mis cosas, disfrutar del paisaje y sentir la tranquilidad del lago. Ahora que los peces pican tan rápido, ya no siento la misma paz de antes. Me doy cuenta de que lo que más disfrutaba de pescar no era solo atrapar peces, sino el tiempo que pasaba esperando, reflexionando y estando en calma.
El zorro sonrió con satisfacción y dijo:
—Has aprendido una lección importante, Tomás. A veces, en la vida, estamos tan concentrados en el objetivo que olvidamos disfrutar del viaje. La paciencia y la tranquilidad son tan valiosas como el mayor de los tesoros.
Tomás asintió, agradecido por la sabiduría del zorro. Desde ese día, el pescador volvió a sus viejos lugares de pesca, donde los peces tardaban en picar, pero donde siempre encontraba paz y serenidad.
Y así, Tomás aprendió que la verdadera riqueza no está en la cantidad de peces que atrapas ni en lo rápido que lo haces, sino en el tiempo que disfrutas en el proceso.


