El desván de la abuela Beatriz olía a libros antiguos y caramelos de limón. Adela, con su curiosidad imparable, exploraba entre cajas polvorientas cuando un destello dorado capturó su atención.
“¿Qué será eso?”, susurró, apartando una manta bordada.
Era un farol de cobre con cristales de colores, tan antiguo que parecía contar historias solo con existir. Adela pasó su pequeño dedo por el interruptor y, con un suave clic, el farol cobró vida.
No era una luz común. De ella brotaron diminutas luciérnagas brillantes que formaron imágenes en el aire: la abuela Beatriz, cuando era niña, corriendo por un campo de girasoles; su primer día de escuela con una mochila más grande que ella; el día que conoció al abuelo en una feria.
“¡Abuela, ven rápido!”, llamó Adela, fascinada por aquellas memorias flotantes.
La abuela Beatriz subió las escaleras y sus ojos se iluminaron más que el propio farol.
“Mi viejo guardián de recuerdos,” murmuró con voz temblorosa.
Cada noche, antes de dormir, encendían juntas el farol y la abuela contaba las historias detrás de cada imagen luminosa. Los recuerdos brillaban como estrellas cercanas, tan reales que casi podían tocarlos.
Una noche tormentosa, mientras truenos sacudían las ventanas, el farol parpadeó y se apagó. Las luciérnagas de memoria desaparecieron en la oscuridad.
“¡Oh, no!”, exclamó Adela, agitando el farol. Nada sucedió.
A la mañana siguiente, Adela notó algo extraño. La abuela Beatriz miraba su álbum de fotos con expresión confundida.
“No recuerdo este día,” dijo, señalando una imagen de su boda. “Ni este lugar…”
Los recuerdos de la abuela se estaban desvaneciendo.
Adela examinó el farol cuidadosamente y descubrió una pequeña inscripción en su base: “Solo arde con memorias vivas.”
“¡Ya sé qué hacer!”, exclamó Adela.
Llevó a la abuela al jardín y plantaron juntas semillas de girasol. Fotografió a la abuela enseñándole a hacer galletas de canela. Grabó su voz contando cuentos antiguos.
Esa noche, colocó las fotos nuevas alrededor del farol y giró el interruptor, susurrando: “Memorias vivas.”
El farol despertó con un brillo tímido. Las luciérnagas emergieron nuevamente, pero ahora mostraban los momentos que acababan de crear juntas. Entre estas nuevas memorias, las antiguas comenzaron a reaparecer, entrelazándose como hilos dorados en un tapiz luminoso.
La abuela Beatriz tomó la mano de Adela mientras contemplaban el baile de recuerdos antiguos y nuevos.
“Los recuerdos más importantes,” dijo la abuela con ojos brillantes, “son los que creamos juntos, aquí y ahora.”
Adela sonrió, acurrucándose junto a ella, mientras las luciérnagas de memoria iluminaban la habitación con historias pasadas y promesas futuras.


