Había una vez en un reino muy lejano, un valiente caballero llamado Manuel y un pequeño dragón de nombre Loki. Ambos vivían en una hermosa tierra llena de creaturas fantásticas.
Un día, el pequeño dragón, que era conocido por ser un poco desobediente, se sintió enfermo después de comer demasiados dulces. Tenía un fuerte dolor en el estómago y no podía lanzar fuego. Preocupado, Manuel decidió buscar ayuda para su amigo.
Juntos, recorrieron el gran bosque y luego subieron las grandes montañas, hasta que encontraron a la sabia anciana de la montaña. Ella les entregó un frasco con una poción mágica, asegurando que aliviaría el dolor de Loki y luego le permitiría lanzar fuego.
Pero Loki, siendo desconfiado, no quería tomar el remedio. Pensaba que no le gustaría su sabor y que no le ayudaría en nada. Manuel, preocupado por su amigo, intentó convencerlo de lo importante que era tomarse el remedio.
—Loki, no te preocupes por el sabor. Lo más importante es que te ayudará a sentirte mejor y podrás lanzar tus poderosas llamas nuevamente —le explicó Manuel.
Loki seguía dudando, pero confiaba en su amigo. Así que tomo una gran respiración y bebió el remedio mágico. Para su sorpresa, no tenía mal sabor y, poco a poco, su dolor de barriga comenzó a desaparecer.
Al día siguiente, Loki se sintió mucho mejor y pudo lanzar fuego nuevamente. Agradecido, abrazó a Manuel y le prometió que siempre confiaría en él y se tomaría los remedios cuando fuera necesario.
Desde ese día, tanto Manuel como Loki aprendieron la importancia de tomarse los remedios para mantenerse sanos y fuertes en sus aventuras.
