Cenicienta pasaba largas horas en su pequeño taller, un lugar lleno de hilos de colores, tijeras y telas que otros consideraban inútiles. Pero en sus manos, esos pedazos rotos se convertían en prendas extraordinarias. Un día, el palacio real anunció un baile para elegir a la futura princesa, y todas las jóvenes del reino comenzaron a prepararse. Mientras las demás compraban vestidos deslumbrantes, Cenicienta decidió que haría el suyo con los retazos que tanto apreciaba.
Durante días, trabajó sin descanso, cosiendo cada trozo con amor y precisión. En cada puntada, su vestido fue cobrando vida con destellos mágicos que la hacían brillar. El vestido no era solo hermoso, sino que parecía tener vida propia, reflejando la creatividad y el talento de Cenicienta.
Finalmente, la noche del baile llegó. Al entrar al palacio, todas las miradas se clavaron en ella, pero no como ella esperaba. Algunas chicas, vestidas con trajes costosos, susurraban: “¡No merece estar aquí! Su vestido ni siquiera es comprado” “¿Qué hace aquí?”. Cenicienta se siente un poco insegura, pero el príncipe, que había estado observando en silencio, se acerca con una sonrisa curiosa. “¿Tú has hecho este vestido?”, le pregunta con admiración.
Cenicienta, un poco nerviosa, pero orgullosa, asiente. “Sí, lo hice con mis propias manos, usando trozos de tela que otros descartaron”, le explica. El príncipe, sorprendido por su talento y creatividad, dice: “Es el vestido más increíble que he visto”. Ignorando las risas y comentarios maliciosos, toma la mano de Cenicienta y la invita a bailar.
Mientras giraban en la pista, las otras chicas observaban con asombro y celos, incapaces de comprender por qué el príncipe había escogido bailar con alguien que no llevaba un vestido comprado en las tiendas más lujosas. Pero para él, no había duda: lo que hacía especial a Cenicienta no era lo que llevaba puesto, sino su habilidad para crear belleza desde lo más sencillo.
Al final de la noche, mientras la música aún sonaba en el aire, Cenicienta se dio cuenta de que no necesitaba hadas ni magia para brillar. Ella comprendió que lo más importante era ser fiel a quien era, sin importar lo que los demás pensaran.


