La casa de Mía se llenó de alegría con la llegada de su nueva hermanita, Yasmín. todos estaban emocionados, pero su madre le recordó que debía tener paciencia, ya que Yasmín era solo una bebé y podría necesitar más atención y ser un poco ruidosa.
Una noche, mientras todos dormían, Yasmín se despertó llorando. ¡Waaa, waaa! El llanto de Yasmín llegó a todos los rincones de la casa y despertó a toda la familia. Mía, medio dormida, se sintió enfadada y desesperada. “¡No puedo dormir con tanto ruido!”, pensó.
Se levantó de su cama y, enojada, se dirigió a la habitación de su madre. Justo antes de llegar a la habitación de la bebé, recordó lo que su madre le había dicho: “Tienes que ser paciente”. Mía dio media vuelta para volver a su cama entendiendo por qué su madre le había dicho esas palabras.
Ya en su cama, para volver a dormirse, hizo tres grandes respiraciones lentamente con los ojos cerrados. Con cada respiración, sentía cómo su enfado se iba desvaneciendo. Después de la tercera respiración, se quedó profundamente dormida, teniendo dulces sueños con lo tierna y dulce que era su hermana menor.
A la mañana siguiente, Mía se despertó sintiéndose muy orgullosa de sí misma. Había logrado ser paciente y calmada, como su madre le había pedido. Yasmín seguía durmiendo tranquilamente, y Mía comprendió que, aunque a veces las cosas pueden ser difíciles, la paciencia siempre ayuda.