Samuel estaba durmiendo profundamente en su habitación, soñando con aventuras increíbles, cuando una luz brillante atravesó su ventana y llenó toda la habitación de un resplandor mágico. Samuel se despertó de un salto, frotándose los ojos con curiosidad.
“¿Qué será esa luz?”, se preguntó. Decidido a averiguarlo, se puso sus zapatillas y salió al jardín. Ahí, en medio del césped, encontró algo sorprendente: ¡una estrella había caído del cielo!
La estrella, pequeña y titilante, lo miró con ojos brillantes y le habló con una voz suave. “Hola, me llamo Estrellita. Necesito tu ayuda para volver a mi hogar en el espacio.”
Samuel, lleno de emoción, decidió ayudar a la Estrellita. Primero, intentó subirse a su trampolín para saltar muy alto y lanzar a la estrella de vuelta al cielo. Pero por más que saltó, Estrellita no logró alcanzar la altura suficiente.
“Necesitamos otro plan,” dijo Samuel. Entonces, se le ocurrió balancear a Estrellita muy alto para que pudiera despegar. Pero por más fuerte que la balanceó, Estrellita apenas se levantó del suelo.
“No te preocupes, encontraremos la manera,” dijo Estrellita con una sonrisa alentadora.
Samuel no quería rendirse. Subió al árbol más alto de su jardín, sosteniendo a Estrellita con cuidado. Desde la rama más alta, intentó lanzarla hacia el cielo, pero una vez más, no funcionó.
Desanimado, Samuel se sentó en la base del árbol con lágrimas en los ojos. “No sé cómo ayudarte,” dijo triste.
“No te des por vencido,” le dijo Estrellita. “A veces, solo necesitamos creer y no rendirnos.”
Samuel recordó el pequeño cohete de juguete que tenía, con un motor propulsor a pilas. Corrió a buscarlo y lo preparó para el despegue.
“Vamos a poner a Estrellita en el cohete,” dijo Samuel mientras la colocaba con cuidado. Encendió el motor y el cohete despegó rápidamente hacia el cielo. Estrellita se despidió con una sonrisa y, cuando el cohete alcanzó su máxima altura, se desprendió y flotó suavemente hasta su lugar entre las estrellas.
Samuel vio cómo Estrellita volvía a su lugar en el cielo, brillando más intensamente que nunca. Se despidió con la mano y volvió a su cama, sintiéndose orgulloso de haber ayudado a su nueva amiga.
Y así, Samuel se quedó dormido, sabiendo que siempre que mirara las estrellas, una de ellas estaría sonriéndole desde el cielo.
				
															
															
															

