En el fondo del mar, había un pequeño pulpo llamado Oli, que vivía en las profundidades del océano. Oli era diferente a los demás pulpos: en lugar de tener ocho tentáculos, solo tenía siete. Cada vez que veía a sus compañeros pulpos, sentía un vacío en su corazón, deseaba ser como ellos, quería tener ese octavo tentáculo.
A pesar de su valentía y coraje, Oli se sentía inseguro. Se escondía en las cuevas y evitaba a los otros animales marinos, temiendo que se rieran de su diferencia. Soñaba con ser como los demás, con tener ocho tentáculos y no sentirse tan solo.
Un día, mientras nadaba solo, una tortuga llamada Tina lo vio. Observó a Oli desde la distancia y notó su tristeza. Decidió acercarse y conocerlo. “¿Por qué te escondes, pequeño pulpo?” preguntó Tina.
Oli le contó su historia, le habló de su deseo de tener ocho tentáculos y de cómo se sentía inseguro. Tina escuchó con paciencia y, después de un rato, dijo: “Oli, ser diferente no es algo malo. Cada uno de nosotros es único y eso es lo que nos hace especiales. No importa cuántos tentáculos tengas, lo que realmente importa es lo que llevas dentro”.

A partir de ese día, Tina comenzó a pasar tiempo con Oli. Jugaban juntos, exploraban el océano y compartían historias. La tortuga le mostró que tener siete tentáculos no lo hacía menos que los demás. Por el contrario, le permitía ser único y destacar entre la multitud.
Oli, el pulpo de siete tentáculos, ya no soñaba con tener ocho. Ahora, se enorgullecía de su peculiaridad y se daba cuenta de que era perfecto tal y como era. Había encontrado una amiga en Tina y, lo más importante, había encontrado la felicidad y la seguridad en sí mismo. Y así, vivió feliz y satisfecho, en las profundidades del océano, con sus siete tentáculos y su gran amiga Tina.


