Al amanecer, la campana del reloj de la plaza sonó con un tintineo cansado. Sofía, una niña de ojos brillantes, se acercó al reloj y notó que las manecillas apenas se movían. —¿Qué le pasa al reloj? —preguntó a su abuela, que encogía los hombros.
Sofía recordó que, detrás del reloj, había una pequeña puerta oculta que nunca se había abierto. Con su llave de madera, que su padre le había dado, abrió la puerta y se encontró con una biblioteca mágica. Los libros brillaban como luciérnagas y sus páginas susurraban nombres de personas. Un anciano bibliotecario, con una barba de nieve, le explicó: —Este reloj no es solo una máquina; es el corazón del espíritu navideño. La tristeza de la gente lo ha pesado. —Sofía entendió y corrió al pueblo. Reunió a sus vecinos, a la panadera, al carpintero y a los niños que corrían por la plaza. Cada uno contó una historia alegre o un recuerdo de hace años. Al escuchar esas voces, la luz de los libros se hizo más cálida.
Al anochecer, el reloj dio una pausa y, con un golpe suave, sus manecillas volvieron a girar. —¡Mira! El reloj late como un corazón contento —gritó Sofía. Los niños aplaudieron y, mientras el timbre sonaba, una lluvia de copos dorados cayó sobre la plaza. El espíritu navideño renació, y la noche se llenó de risas.


