En el pueblo de Hamelín, un día aparecieron ratones por todos lados. ¡Había en las casas, en las calles y hasta en la panadería!
Un día, llegó un flautista con un sombrero divertido. A los niños del pueblo les caía muy bien, siempre les sonreía y hacía melodías chistosas.
—¡Yo puedo ayudarlos con el problema de los ratones! —dijo—. Si toco mi flauta, ellos me seguirán.
Los vecinos aceptaron y prometieron darle una recompensa si lo lograba.
El flautista empezó a tocar su flauta y, ¡todos los ratones salieron corriendo detrás de la música! El flautista los llevó fuera del pueblo.
Pero cuando volvió, los aldeanos no quisieron darle la recompensa y se hacían los que no lo escuchaban.
El flautista se fue triste. Los niños notaron que él ya no sonreía.
A las pocas horas, los ratones regresaron al pueblo. Los niños, preocupados, fueron a buscar al flautista y le pidieron ayuda.
El flautista, aunque sabía que no le iban a dar nada, tocó su flauta de nuevo solo por los niños. Esta vez, los ratones se fueron lejos y no volvieron nunca más.
Después, los niños hablaron con sus padres y les explicaron lo importante que es cumplir las promesas, porque el flautista ayudó incluso sin esperar nada a cambio.
Entonces, los padres, un poco avergonzados, invitaron al flautista de vuelta, le dieron las gracias y su recompensa. Él sonrió, tocó una canción alegre y todo el pueblo bailó feliz.
Desde entonces, en Hamelín aprendieron que siempre hay que cumplir las promesas y ser agradecidos